Primavera

El ciclo anual es un juego rítmico entre morir y resucitar. Hablamos de renovación sin saber que cada día lo hemos de hacer sin que nadie nos lo diga, sin que nadie nos lo cuente.

El otoño deja en silencio la tierra para el invierno, mientras los seres humanos se elevan en la luz que nace de dentro en busca de la Navidad;  la primavera despierta la naturaleza que se engalana.  Es hermoso ver  “la risa en los prados verdes, la herida en las espigas agostadas” que nos regala la amapola jugando entre lirios e iris. Entre tanto la luz de los hombres viaja al cosmos dejando que sintamos la materialidad de nuestro ser.

Es un precioso quiasmo que nos permite a la humanidad ser el contrapunto del mundo, la alteridad de la naturaleza. La naturaleza se silencia y la luz nace en nuestro interior; la naturaleza despierta  y la luz se dibuja en la periferia para que como humanos nos sintamos piedra, mineral, tierra.

Resucitar es etimológicamente volverse a levantar, sentir que estamos vivos. Resucitar es acercarse a la divinidad, ya que siendo partícipes del misterio de la resurrección experimentamos también el secreto de la muerte. Respirar es vivir y morir, dormir es acercarse al otro lado de la mano de la pequeña muerte, así es como llamaban los griegos al sueño.

La polaridad de saber que existe el otro lado. Alejandra Pizarnik lo cuenta de una manera maravillosa: “Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no este sino aquel.

primavera, foto de una amapola y unas flores violetaas

Y ese resucitar que nos hace sabernos seres divinos, tan creadores como criaturas, surgió en el Misterio del Gólgota. Cuando Cristo expiró hubo un terremoto que rasgó el velo del templo y en ese momento la divinidad, escapando del templo, pudo habitar en cada hombre, en cada mujer, porque el cuerpo humano se convirtió en  el nuevo templo. Cada persona puede resucitar, religarse con lo divino desde su propio ser.

Ahora la responsabilidad está en nuestras manos, Cristo ha permitido con su sacrificio que cada uno sea responsable de sus procesos de muerte y resurrección, de su relación con los demás seres humanos, de su mirada al mundo y al cosmos, de su destino.

Criaturas creadoras que trazan su camino en libertad y con amor. Qué gran regalo saber morir y resucitar. (Carlos Malagón)